Sanar no es simplemente aliviar un síntoma.
Sanar implica transformación. Y toda transformación requiere renuncia: renuncia a hábitos, creencias, dinámicas, historias y emociones que, aunque nos duelan, muchas veces hemos aprendido a justificar, a normalizar, incluso a amar.
Muchos llegan a una consulta, a una terapia o a una sesión pidiendo sanación, pero sin estar realmente listos para cambiar. Quieren sentirse mejor, pero no quieren dejar de hacer lo que les lleva a enfermarse. Quieren alivio, pero no transformación.
¿Por qué cuesta tanto soltar lo que nos daña?
Porque lo conocido, aunque duela, es cómodo.
Porque hay miedos detrás: miedo al vacío, a no saber quién ser sin ese dolor, a enfrentar la responsabilidad de una vida diferente.
A veces, el enfado sostenido, la culpa constante, una relación tóxica, una rutina que agota o una herida no cerrada… se convierten en parte de la identidad. Dejarlo ir es casi como morir para volver a nacer. Y eso da vértigo.
Por eso, antes de ayudar a alguien a sanar, pregúntale si está dispuesto a soltar aquello que lo enferma. Si está dispuesto a dejar de justificar a quien le hirió. A poner límites. A perdonarse. A renunciar al drama. A elegir otra forma de vivir, aunque le dé miedo.
La verdadera sanación empieza con una decisión
Ninguna técnica, terapia o medicamento es más poderosa que la voluntad profunda de cambio.
Sanar no es para quien quiere seguir igual. Es para quien está dispuesto a dejar de ser quien fue, para convertirse en quien está llamado a ser.
Sanar implica coraje. El coraje de dejar atrás lo que ya no eres.
De mirar con amor lo que fue, aprender de ello… y soltar.
Con amor, Vane