Hay momentos en los que, aunque lo demos todo (como terapeutas o como personas en un proceso de autosanación), los resultados no llegan. Y eso puede frustrar, generar dudas o incluso hacer que pongamos en juicio nuestro camino. Pero, ¿y si no se trata de falta de efectividad? ¿Y si simplemente se trata de tiempo?
No todos los procesos tienen un resultado inmediato. No porque no estén funcionando, sino porque el universo tiene sus propios ritmos. Ritmos que no podemos forzar ni manipular. Ritmos que están escritos para el alma de cada persona, aunque desde la mente no podamos comprenderlos.
A veces, el dolor es necesario
Sí, suena duro, pero es verdad. Hay experiencias que necesitan ser vividas. No para castigarnos, sino porque esconden aprendizajes profundos que solo pueden integrarse atravesando esa oscuridad. Por más terapias, herramientas o personas a las que acudamos, si ese momento es parte del camino del alma, no se va a ir hasta que deje su enseñanza.
Y eso no está en nuestras manos. Ni como terapeutas, ni como consultantes. Lo único que podemos hacer es acompañar el proceso con amor, sin forzar lo que aún no está listo para ser liberado.
El ego quiere resultados inmediatos
Y no hablo del ego como enemigo. Hablo de esa parte de nosotros que busca control, que necesita confirmar que lo que hace tiene efecto. Esa parte que se aferra a ver resultados y, sin saberlo, termina bloqueándolos.
Cuando nos apegamos al resultado, lo amarramos, lo limitamos. Y muchas veces ese afán por querer ver el cambio es lo que impide que se manifieste.
Esto tiene incluso una explicación científica: el efecto Zenon, que demuestra cómo la observación constante de una partícula puede impedir su transformación. En otras palabras, la ansiedad por ver resultados detiene la evolución.
No siempre sabrás cuándo se dará el cambio. Como terapeuta, sé que lo que hago funciona. He visto cambios, transformaciones, sanaciones profundas. Pero también he aprendido que nunca sabré cuánto tiempo necesita cada alma. Y eso no puede hacerme dudar de lo que soy, ni de mi propósito.
Porque los resultados no dependen solo de mí. En realidad, la mayor parte del proceso depende de la persona que se entrega al camino. Su disposición, su consciencia, su compromiso… eso es lo que hace que todo se mueva.
Y aquí hay otro punto importante. Cuando hacemos sesiones sin intercambio, por ejemplo a amigos o familiares, el ego a veces se mete con más fuerza: queremos que esa persona sane, queremos ver el efecto, queremos sentir que hicimos algo. Y al poner tanto foco en el resultado, debilitamos la energía de lo que ofrecemos.
El universo no funciona con “deberías”, funciona con coherencia, con entrega y con confianza.
La clave es esta: suelta.
Suelta la necesidad de controlar, suelta la ansiedad de ver resultados ya. Confía en lo que haces, en lo que das, en lo que siembras. El cambio llega. A veces en silencio, a veces con tiempo, a veces de forma que ni imaginabas.
Pero siempre llega.
Con amor, Vane