Hasta que un día algo en mí dijo: basta.
Me escuché. Y decidí probar qué pasaba si empezaba a actuar desde mi verdad, aunque temblara por dentro.
La primera vez que lo hice, fue duro. El corazón se me aceleraba. El miedo a decepcionar era real. Pero aún así, lo hice. Y lo curioso fue que, en lugar del caos que mi mente anticipaba, lo que llegó fue un profundo alivio.
Me sentí libre. Ligera. En paz.
Y así empecé a caminar un nuevo camino: el de la coherencia interna. Empecé a respetarme, a decir lo que pensaba, (siempre desde el respeto) a decidir lo que quería sin miedo a ser rechazada. El miedo al qué dirán comenzó a bajar. Y en su lugar, apareció una satisfacción interior tan real, tan profunda, que me pregunté por qué había tardado tanto en dar ese paso.
Hoy puedo decir que vivir desde lo que uno siente no es un acto egoísta, es un acto de amor propio.
Hoy me pregunto: ¿realmente vale la pena dejar de escucharme a mí para que los demás estén cómodos? ¿Realmente quiero seguir sacrificando mi paz por evitar una mala cara?
Estoy segura de que si estás leyendo esto, es porque a ti también te ha pasado en alguna ocasión.
Y quiero que lo recuerdes cuando llegue ese momento clave en tu vida… ese instante donde sientas que tienes que elegir entre callar o proclamar tu verdad.
Acuérdate de mí.
Acuérdate de este testimonio.
Y llénate de valor.
Porque cuando llega el momento de alzar tu voz y elegirte, empieza tu verdadera libertad.
Y tú mereces vivir desde ahí.
Esa es la verdadera sanación.
Esa es la verdadera libertad.